La Mostra de Venecia clama por una «batalla cultural» para salvar las salas de cine

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El primer gran festival internacional de cine tras la pandemia arranca entre fuertes medidas sanitarias y reconoce la carrera de Tilda Swinton

Hace seis meses, cuando Italia se convirtió en el epicentro internacional de la pandemia por coronavirus, la celebración de la Mostra de Venecia 2020 parecía impensable. Nadie concebía un festival plagado de mascarillas y surtidores de gel hidroalcohólico. Era inimaginable que la alfombra roja desplegada ante el Palazzo del Cinema del Lido amaneciese literalmente tapiada para evitar las aglomeraciones de curiosos que buscan un selfi con su estrella favorita. Todos estos elementos imposibles componen el retrato de una Mostra que ayer inauguró su edición número 77. La menos concurrida, la más escrutada, la que servirá como modelo a seguir para nuestro Festival de San Sebastián… y para tantos otros. Pero el maldito virus no solo condiciona el contacto social. La tradicional apertura hollywoodiense de Venecia ha dado paso a un título italiano: «Lacci», de Daniele Luchetti.

«Estos días me han preguntado si debíamos hacer la Mostra», reflexionaba Alberto Barbera, su director artístico, ante los periodistas. «Desde el comienzo hemos dicho que sí había que hacerla, incluso en condiciones tan difíciles como las de este año. Tenemos la voluntad de apoyar a la industria del cine, de recomenzar, de reabrir las salas después de tantos meses de cierre». Esos dos mensajes, el de la reapertura de la actividad cinematográfica y el de la reactivación de las salas de cine, las grandes damnificadas de la cuarentena, son el núcleo de un comunicado conjunto pactado por los ocho principales festivales europeos. Anoche, sus directores subieron al escenario de la gala inaugural para leerlo y para arropar a Venecia, la «Vieja Dama» de los festivales.

José Luis Rebordinos, al frente de San Sebastián, participaba por la mañana en una comparecencia conjunta. «Un festival es un lugar de encuentro donde se ven películas, se intercambian experiencias y se hace negocio», recordaba. «Recuperemos y defendamos los festivales como lugares donde la gente se junta, esto va a haber que reivindicarlo cada vez más, no solo en el mundo del cine». Barbera, el primero que dio carta de naturaleza a Netflix en un gran festival, alerta hoy sobre los peligros que ha acelerado el confinamiento, y entre ellos el de la pérdida de influencia de los cines: «Hoy la batalla que debemos dar es la de sostenerlos, porque han sido golpeados muy duramente por la crisis. Es una batalla de civilización, es una batalla cultural que tenemos que librar todos juntos. No podemos perder la experiencia de ver una película juntos en una sala».

La mascarilla se incorpora al glamour

Junto a la reivindicación política, el tradicional desfile de estrellas que acompaña a los festivales. La principal de ellas, Cate Blanchett. La actriz australiana preside el jurado de la sección oficial apenas dos años después de encabezar el de Cannes. «Es un privilegio, un placer y un gran honor estar aquí. ¡Me parece un ‘miracolo’! Estoy deseando mantener conversaciones con adultos, he estado hablando con cerdos y gallinas durante los últimos seis meses», reconocía entre risas, horas antes de desfilar por una alfombra roja vallada y forrada de tela para evitar al público.

Ante los flashes competía con Tilda Swinton. La intérprete británica, que hoy presenta aquí el corto «La voz humana» que ha dirigido Pedro Almodóvar, recibió anoche el León de Oro honorífico por toda su carrera. «Gracias al festival más venerable y majestuoso del planeta», decía la homenajeada, que elevaba un canto a la naturaleza en el año del coronavirus, y también a la ciudad vacía de Venecia, rematado por un «es maravilloso ver que los cruceros se han ido».

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