Crítica de «Historias del Kronen» (1995)

CRÍTICAS

Crítica de «Historias del Kronen» (1995)

«Historias del Kronen», dirigida por Montxo Armendáriz y adaptada de la controvertida novela homónima de José Ángel Mañas, es una de esas películas que capturan un momento cultural con la precisión de un bisturí, aunque a veces duela más por su crudeza que por su sutileza. Estrenada en 1995 y seleccionada para el Festival de Cannes, la cinta nos sumerge en el Madrid de finales de los 80 y principios de los 90, un caldo de cultivo para la «movida» postfranquista que aquí muta en un frenesí autodestructivo. No es solo un retrato de la juventud ociosa; es un espejo incómodo que refleja el vacío existencial de una generación con todo a mano y nada en el horizonte.

Sinopsis sin spoilers mayores

Carlos (Juan Diego Botto), un estudiante de 21 años de clase media-alta, es el epicentro de esta vorágine. Junto a su pandilla —amigos como Roberto (Jordi Mollà), Pedro (Aitor Merino) y otros perdedores encantadores—, se reúnen cada noche en el Kronen, una cervecería que funciona como útero y tumba para sus excesos. Alcohol, cocaína, sexo casual, provocaciones absurdas y desafíos al límite de la muerte marcan su rutina veraniega. Lo que empieza como juergas inocentes escala hacia lo trágico, obligando a Carlos a confrontar las consecuencias de su nihilismo rampante. La película, con un guion coescrito por Mañas y Armendáriz, condensa un mes de julio en 91 minutos de intensidad contenida.

Lo que brilla: Actuaciones y atmósfera generacional

El mayor acierto de la cinta es su elenco, que inyecta vida real a personajes que podrían haber caído en el estereotipo. Juan Diego Botto, en uno de sus primeros roles protagónicos, es magnético como Carlos: un hedonista egoísta y carismático que te repele y fascina a partes iguales. Su interpretación captura esa dualidad de chico mono y sociópata en potencia, haciendo creíble cada transgresión. Jordi Mollà, como el cínico Roberto, aporta un filo sardónico que eleva las escenas de grupo, mientras que Aitor Merino transmite vulnerabilidad en un Pedro frágil y explotado. El resto del reparto —incluyendo cameos de Eduardo Noriega y Cayetana Guillén Cuervo— funciona como un coro griego de la decadencia juvenil.

Visualmente, Armendáriz (con fotografía de Alfredo Mayo) pinta un Madrid nocturno hipnótico: calles húmedas, neones parpadeantes y puentes aéreos que simbolizan el abismo. La banda sonora, con temas de Australian Blonde y letras que subrayan la rebelión interna, amplifica esa sensación de urgencia contenida. Es una película generacional en el mejor sentido: 25 años después, sigue vigente como diagnóstico de una juventud privilegiada pero desarraigada, despreocupada hasta el borde del suicidio. Mañas, en su novela finalista del Nadal, expuso con hosquedad un sector de la sociedad que sus mayores ignoraban; la adaptación lo visualiza sin filtros, aunque suaviza algunos bordes literarios para hacerlo más digerible.

Lo que chirría: Moralina y ritmo predecible

No todo es oro en este Kronen. La película cae en la trampa del sensacionalismo que critica: sus excesos (drogas duras, vandalismo, un cliffhanger escalofriante) a veces parecen postureo para escandalizar, más que exploración profunda. El director, conocido por obras sociales como Tasio o 27 horas, impone una crítica moralizante que pesa: el abuelo de Carlos (André Falcon) como voz de la «verdad» y las noticias de TV sobre corrupción y violencia crean un telón de fondo pesado, casi didáctico. El ritmo, con noches repetitivas que simulan un «tour de force» eterno, puede volverse monótono, como un bucle de resaca sin catarsis. Y aunque la novela es cruda y reiterativa en sus diálogos vulgares, la cinta la edulcorra un poco, perdiendo punch en favor de un final que deja dudas: ¿es un alegato contra la generación perdida o solo un voyerismo complaciente?

En comparación con el libro —más descriptivo y hosco, influido por Camus y Carver—, la película gana en impacto visual pero pierde en profundidad psicológica. No alcanza la genialidad de Less Than Zero de Ellis (con quien se compara inevitablemente), pero tampoco pretende serlo; es un grito español, local y visceral.

Veredicto: Un clásico incómodo (7/10)

«Historias del Kronen» no es perfecta —su predicibilidad y toques sensacionalistas la frenan—, pero su retrato de una juventud al límite la convierte en un clásico del cine español de los 90. Si buscas reflexión social envuelta en adrenalina, es imprescindible; si prefieres sutileza, podría aburrirte como una noche más en el bar. Recomendada para quienes recuerdan (o imaginan) esa España de excesos post-transición, y para ver con un café fuerte, no con una copa. En plataformas como Prime Video, sigue disponible para revivir ese frenesí salvaje. ¿Te animas a colgarte de un puente metafórico?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *